
Hinchadas como ronchas, las sucias y mohosas paredes del inmueble transpiran inmundicia, desidia y un poco de vergüenza. El marco de la única ventana, con vista al basurero del restaurante de comida china de al lado, ya no es más blanco, pues años de abandono le han hecho meya y ahora se encuentra completamente carcomido por la herrumbre.
La habitación, parcialmente vacía, es el cliché de un cliché, es el lugar común donde habitan los drogadictos, escritores fracasados, prostitutas, boxeadores y meseras del imaginario occidental del mundo libre. Los hemos visto caer allí a través de las pantallas de nuestros televisores, los hemos visto vivir ahí en incontables novelas, ensayos y montajes teatrales mediocres.
Maderas rechinantes, suministro eléctrico intermitente, el tapete grisaseo con quemaduras de cigarrillo, la tubería echada a perder… es un lugar común que los tiene todos, tantos, que cuando lo piensas concienzudamente no crees que en la vida real alguien pueda subsistir allí, es lo que piensas hasta que en una mañana soleada de diciembre conoces a Diane y a Carlos.
Diane solía ser la chica con potencial en tierras caribeñas de alguna lejana e impronunciable república ex soviética. Carlos era más bien del tipo cayado, de esos que soportaba toda suerte de abusos en el salón de clases, excepto el día que armado con medio ladrillo le desbarato la cabeza al chico listo de la preparatoria. Es ese tipo que una vez hecho leyenda simplemente desaparece y nunca jamás vuelves a saber de el.
Por alguna desafortunada y predecible secuencia de eventos Diane y Carlos se conocieron, se enamoraron y se fueron a vivir juntos, lo que nos ubica nuevamente en el piso semi abandonado en el cual prácticamente no tienes que pagar nada por el alquiler.
Diane, alta, pálida, cabello largo y muy, muy negro, hermoso; parece que en el transcurso de los últimos días ha perdido casi cualquier contacto con la realidad, tumbada en una esquina del apartamento apenas levanta la mirada, abre las piernas y espera uno tras otro a sus clientes, últimamente ya ni le interesa el pago en efectivo, todos en la zona saben que a la buena D, como le llaman, es mejor cancelarle con algunos gramillos de heroína por sus cada vez menos eficientes servicios.
A veces parece salir de su trance, su mirada adquiere un leve brillo, su dentadura descompuesta enseña una mueca parecida a una sonrisa y repite sistemáticamente con su mirada perdida en el vacío:
“Sabes, hoy quiero contarte una sorpresa, la familia se creció!, sí, son dos, ahora hay otro Savital® y es único, es ¡Savital Miel®!”
Carlos, fumando un cigarrillo en el otro extremo de la habitación empieza a exasperarse, estalla en cólera, saca a empujones al cliente de turno de la buena D y suelta su andanada:
“!Perra loca, maldita perra loca! ¿puedes creerlo? Aún sigue con su cabeza en lo de ese maldito comercial de Savital®!
Carlos está muy molesto como para contextualizarnos en ese momento, pero se sabe de buena fuente, que cuando Diane aún conservaba su belleza intacta, probó suerte en algunas audiciones para aparecer en anuncios publicitarios, nunca consiguió alguno, olvidaba las líneas, tartamudeaba, sudaba como caballo.
“!Entiéndelo de una buena vez mujer! No eres modelo, nunca lo fuiste y nunca lo serás!, espantas a los clientes con esa maldita cosa loca de las líneas del comercial de Savital®…”
Luego de una brutal tanda de coscorrones, empujones, insultos y puñetazos, Carlos cae vencido al piso, llora, entre sollozos toma lenta y amorosamente las manos de Diane mientras acaricia delicadamente su aún intacta, larga, brillante y hermosa cabellera negra.
“Perdóname amor, no se que nos pasó, ¿sabes que te amo verdad? ¿sabes cuanto te amo verdad?, ¡mierda!, !que bajo hemos llegado!, te prometo que mañana saldremos a dar un paseo, tomaremos el sol, comeremos un helado, si te hace feliz tu mierda de Savital Miel® ,puedes repetirla cuantas veces quieras, te juro que nunca más te volveré a hacer daño…”
Diane no está conectada, asiente con la cabeza, pero sus pensamientos están en otro lado, se ve a si misma en un paraíso idílico, una campiña con tonos verdes hiper saturados, ríos de miel corren a su alrededor, sonríe mientras camina con dos sonrientes niños rubios tomados de sus manos, un amoroso y corpulento hombre la espera al final de recorrido con los brazos estirados, Diane, radiante de felicidad, ondula su perfecta cabellera en cámara lenta, mientras repite una y otra vez en su delirante alucinación sin tiempo:
“Sabes, hoy quiero contarte una sorpresa, la familia se creció!, sí, son dos, ahora hay otro Savital® y es único, es ¡Savital Miel ®!
“Sabes, hoy quiero contarte una sorpresa, la familia se creció!, sí, son dos, ahora hay otro Savital® y es único, es ¡Savital Miel ®!
“Sabes, hoy quiero contarte una sorpresa, la familia se creció!, sí, son dos, ahora hay otro Savital® y es único, es ¡Savital Miel ®!
“Sabes, hoy quiero contarte una sorpresa, la familia se creció!, sí, son dos, ahora hay otro Savital® y es único, es ¡Savital Miel ®!
“Sabes, hoy quiero contarte una sorpresa, la familia se creció!, sí, son dos, ahora hay otro Savital® y es único, es ¡Savital Miel ®!...