—La llegada del hombre a Marte fue una farsa – disparó Dany mientras
sostenía un vaso desechable lleno de expreso y miraba azaroso a ambos lados de
la vía, advirtiendo su deseo de cruzarla antes de que lo indicara el semáforo.
—Tienes que dejar de consumir toda esa basura conspirativa en la red – le
dije. —De haber sido un montaje ¿crees que la coalición espacial entre chinos y
brasileños no lo habría develado? Es decir, con tantas cámaras, satélites y
chatarra deambulando por nuestro sistema solar, alguien tendría que haberse
dado cuenta… ¿verdad?
—Crees demasiado en el mass media –
reparó, sorbió un poco de café y tomó impulso para arrojar su cuerpo en
dirección a un vehículo que pasaba a alta velocidad frente a nosotros. Naturalmente,
el auto paró al instante, en seco, no sin antes hacerle pasar un mal rato a sus
ocupantes, los cuales nos lanzaron una mirada amarga desde las ventanas, ya que
casi con seguridad un poco de café caliente o de té chai se habría regado sobre sus pantalones.
Dany sonrió y retrocedió hacia el andén una vez el vehículo reanudó la
marcha, “la broma del aventón” siempre lograba ponerle de buen animo. El truco
en realidad era una tontería, era bien sabido por todos que el control de
cualquier automotor, e incluso de cualquier maquinaria medianamente
sofisticada, hacía ya bastante años había escapado a cualquier vestigio de
intervención humana. Sensores de todo tipo conectados veinticuatro horas a la
gran nube de información se intercomunicaban en tiempo real entre si,
reduciendo tanto colisiones terrestres y aéreas como desastres industriales y
laborales prácticamente a cero. La llamada por Dany “broma del aventón”
resultaba pues, siendo una estupidez predecible, propia de preadolescentes
rebeldes. Necedades que no cabría esperar de dos tipos bien trajeados rozando
los veinticinco años que laboran en pleno corazón del distrito recreativo de la
ciudad.
—Siete de julio. Un día como hoy, llegó el primero de los ángeles de Neon Génesis Evangelion a destruir Tokio–
dijo Dany indiferente mientras le lanzaba miradas lujuriosas a una mujer que
caminaba prácticamente desnuda junto a nosotros y esperaba junto con el resto de
peatones a que el semáforo arrojara luz verde para avanzar.
Ya fuera por el acoso de las miradas, o solo por seguir el ritmo de la
canción que sonaba en su reproductor personal de música, la mujer se adelantó
unos cuantos segundos al cambio de luz y no esperó a que el tráfico vehicular
se detuviera por completo. Una acción sin consecuencias aparentes, y mucho
menos fatales. Pero a veces, y no con mucha frecuencia, la señal de un
dispositivo no es lanzada a tiempo a la nube. Un satélite se desvía unos cuantos
centímetros de su curso. Un transistor se resiste a conducir un pulso eléctrico
cuando tiene que hacerlo, y entonces ocurre lo imposible: una mujer semidesnuda
es impactada por un módulo autómata de transporte de valores, unas dos
toneladas de polímero y metal acelerados a casi 300 kph frenando en seco alcanzan a golpear su cuerpo y el drama de los
tacones volando, las hojas de un portafolio saliendo despedidas por los aires y
la cabeza de una chica chocando fríamente contra el suelo, se repite una vez
más.
A veces las noticias dan cuenta de incidentes como este, pero solo cuando
tienes que verlo con tus propios ojos y a pocos centímetros de distancia, pones
las cosas realmente en perspectiva.
—¡Se mató, esa joven se mató! —gritó una mujer a nuestro lado. El tráfico quedó
paralizado, las alarmas lumínicas y auditivas de los autos circundantes se
activaron, pronto una nube de personas se encontraba rodeando el cuerpo aparentemente
sin vida de la chica.
Un hombre empezó a temblar nerviosamente, otros corrieron espantados, una
mujer empezó a chillar desconsolada, incluso Dany y su característico gesto
cínico de sabio griego, se habían desvanecido para dar paso a un hombre
preocupado y consciente, algún remordimiento tendría que acarrearle el hecho
de haber sobrevivido decenas de veces al numerito del carro que frena a escasos
centímetros de sus rodillas a voluntad, para ahora tener que presenciar, frente
a frente, el espectáculo de una persona que en verdad es arrollada por un automotor.
—¿Habrá algún médico aquí? ¡Por Dios! —dijo Dany visiblemente alterado acercándose más
a la mujer que yacía tendida en el suelo —¿alguien que sepa primeros auxilios siquiera? Yo,
yo no se … yo soy DJ, ¡Qué hago Dios
mío ¿qué hacemos?
—¡Yo también soy DJ! – grité
fuerte a la multitud —¿Alguien acá que sepa por lo
menos que pasos seguir o a quién llamar?
—¡Por Dios no!, yo soy chef… —dijo una chica al fondo entre
sollozos —Yo soy Social Manager—dijo alguien con
voz temblorosa más al fondo – ¡Nosotros somos gráficos! —replicaron otros
en coro atrás—¡Yo soy fotógrafo! documentaré su posición actual, quizá sea de utilidad
mientras llega la ayuda especializada—dijo otro mientras sacaba una imponente y anticuada cámara análoga de su bolso, disponiéndose a sacar, no sin asombro, unas cuantas
tomas.
En ninguna parte de Evangelion mencionan que el primer o el
segundo contacto ocurrieran un siete de julio, pensé. Volví a la escena. Un espeso charco escarlata empezaba a rodear la cabeza de la pobre chica
que reposaba sobre el asfalto, sin que si quiera uno de nosotros tuviera la
menor oportunidad de socorrerla o idea alguna de qué hacer.