La
escena rompe el corazón, un pequeño niño de siete años agoniza entre indecibles
dolores en el camastro de un hospital al sur occidente de la ciudad. "Cáncer
metastásico" reza la implacable sentencia escrita en su historial clínico.
"Un terrible maleficio" es el dictamen de sus padres luego de haber
probado sin éxito todos los tratamientos que la medicina en prepago puede
ofrecerles.
Daniel
y Camila, padres de la pobre creatura, lloran en la sala de estar. Atraviesan
el corredor, entran en la habitación múltiple y corren el delgado velo de tela
sintética verde que los separa de lo que ahora es casi un cadáver de siete años
y hundidos ojos marrón que amorosamente insisten en llamar Marco.
-Hola
amor... ¿cómo amaneciste?– dijo Camila con voz quebradiza. Su ojos, hinchados y
rojos, parecían los de un adicto. –Mira
que te traje mi amor…¡el videojuego que tanto te gusta!, tu saco del
"Comisario Rex" también. La abuelita lo cosió y ha quedado como nuevo–
la mujer sorbe por enésima vez sus mucosidades, respira, toma impulso para
continuar, baja la voz– y lo mejor... te traje a escondidas un sancochito
casero de esos que tanto te gustan...
Daniel no lo soporta. Estalla en llanto mientras murmura... -!Mi
buen hijo Marco! ¿A qué otro niño de siete años podría gustarle el sancocho de
gallina criolla en lugar de las frituras y las golosinas?
Cáncer
en la boca con proyección metastásica a la faringe y a la cabeza. Hacía días ya
que Marco había perdido el sentido del gusto. El niño no desea comida, no apetece
delicias de la cocina criolla, lo único que su cuerpo asimila bien a estas
alturas es la morfina. Sus padres no lo sabían. No lo sabrán. Esperaban que
hubiera empeorado, pero no tanto, no en tan poco tiempo. Daniel se reincorpora pronto y con el mejor semblante que logra colocar, susurra al oído derecho del pequeño...
-Tu mamita le puso mucho amor y una pizca de Doña Gallina ®...
Camila mira orgullosa a su esposo, a Daniel; al hombre que ha estado sin vacilar junto a
ella a lo largo de estos momentos tan difíciles, lo toma fuerte de las manos y
volteando su mirada hacia Marco, atina a decir amorosamente mientras sus labios
dejan escapar una leve sonrisa.
-Marquitos,
mi niño, se que te gustará, porque le puse dos cubitos de Doña Gallina ®, y
Doña Gallina ® está hecho con gallinas criollas de verdad, verdad!
-¿Por eso huele tan bien mamita? Dijo Marco con un hilo triste de voz.
-Si hijo, y lo mejor es que ¡Doña Gallina ® es tan rendidor que alcanza para
todos!
Daniel,
tentado por el apetitoso aroma del sancocho preparado con Doña Gallina ®, y
animado por el enternecedor momento de distención familiar, decide, a modo de
broma, tomar a escondidas un pata de pollo de la olla (adobada con gallinas
criollas de verdad verdad) y devorarla a espaldas de Camila y de Marco. El
niño, pese al doloroso esfuerzo que le representa levantarse, detiene al padre
en medio del chascarrillo. Le impide atacar la presa que de manera extraña se
yergue rígida, amenazante al coronar el plato. Marco ríe. Alega que el platillo
es suyo y solo suyo. Prueba una cucharada. Le sabe a agua caliente. A nada más.
Quema. Disimula y finge gesto de deleite digno de comercial. Luego le ofrece
una cucharada a su padre. Éste la rechaza tiernamente. El niño insiste. Daniel
la toma. La escupe al instante. El sancocho estaba salado como el mar. Su
abuela debió haberle metido mano a la preparación. Hace años que la anciana
insiste en arrojar montañas de sal a las comidas para saborearlas, aunque para
sus papilas gustativas y su cerebro lo mismo da.
Daniel
sufre porque Marco sufre. Camila sufre porque Daniel sufre. Marco sufre porque
se está muriendo. La lengua de Daniel arde como si se hallara sumergida en una
olla de agua caliente. Marco, el pobre niño, decide poner orden a la situación.
Con un gesto de picardía y pese a la escasa velocidad que su deteriorado estado
físico le permite, hace la mímica de aleteo de un ave de corto vuelo mientras
hace un guiño cómplice a su madre. Vomita un poco más. Sonríe.
De
repente los tres se sorprenden mirándose y en medio de la jocosa e inesperada
situación, estallan en risas, Marco, visiblemente emocionado y con lagrimas en
los ojos remata con la siguiente sentencia, como pretendiendo dar punto final
al que sería el último encuentro con sus padres, como anticipándose a lo
inevitable...
-
!Marquitos ya eligió y se queda con Doña Gallina ®! !Como rinde tanto sí nos alcanza
para todos! ¿O no papá?
La
lengua ardida de Daniel solo le permite pensar en tomar un vaso de agua. El
mundo le sabe sal, las lagrimas de su hijo también saben a sal, aunque en este
caso no se trata de una percepción temporal.
Product Shot.