Un multiverso bien sutil y dirigido
Universo siete
El Linares malvado
– Última pregunta.
Tiene la palabra Plinio Apuleyo, periodista acreditado por el periódico El
Tiempo de Colombia.
– … Con todo respeto
doctor Linares ¿No cree que usted, junto con todos los escritores de su
generación, están algo sobrevalorados?
Linares abrió bien
los ojos, impresionado por la audacia del joven periodista que osaba dispararle
semejante dardo en pleno lanzamiento de su último libro, y tras una breve pausa,
medio vaso de agua bebido sin pausas y dos repasadas de barbilla con su mano
derecha, contestó:
– Lo que en verdad
está bastante sobredimensionado, según mi humilde opinión, es el trabajo de los
críticos literarios… se levantó histérico de su silla y abandonó la sala de
prensa, no sin antes arrollar en su huida a un luminotécnico junto con dos de
las lámparas del set de luces que lo flanqueaban.
Y es que no era
para menos. Duque Linares era el máximo exponente del género literario que
había tomado por asalto todas las listas de los autores más leídos y de los libros
más vendidos alrededor del planeta. El multitraducido pez gordo era nada más y
nada menos que el bestseller por
definición de la llamada Literatura de Autodestrucción.
Aún en tiempos de economías
con crecimientos sostenidos durante años, optimismo global desbordado y bienestar
social global distribuido de manera casi equitativa, las masas corrían a asaltar
las estanterías en búsqueda de cuanta aventura sórdida y decadente publicara
cualquier escritor apenas nominado. Una aparente paradoja.
“Una pizquita de
pesimismo no le hace daño a nadie” decían psicólogos y especialistas. La frase
“las personas necesitan un espacio para soñar y evadirse de la realidad y si las
historias de sadismo y daño auto infringido les ayudan, en ello no hay nada de
malo” citada hace años por Nelson Mandela en su discurso Sobre la opresión de los pueblos, había calado hondo en el inconsciente
colectivo y aunque el periodismo literario serio hacia las delicias de los positivistas
despedazando de forma sistemática toda aproximación al género, esto nunca logró
minar su relevancia y credibilidad.
De repente, Duque
Linares se sorprendió a si mismo llorando en el lujoso baño del Hilton de
Barcelona, lugar donde se llevaba a cabo el Simposio Mundial del Libro y
escenario que él mismo había considerado ideal para presentar su más reciente y
ambiciosa aventura editorial. Un debut que debió resultar perfecto de no haber
sido por la insolencia del imprudente charlatán al último turno en la ronda de
preguntas.
“Jóvenes, ¡que
carajo saben de la vida!” pensaba. “¿Cree que estoy muy sobrevalorado?
Mencionaba ahora en voz alta. “¡Voy a enseñarle de una buena vez a respetar al
artista mejor vendido del siglo!” terminó gritando mientras salía corriendo del
baño de vuelta al auditorio principal del hotel.
Llegó ante las
puertas y notó que las personas apenas estaban cruzando el umbral de salida.
Eso significaba que muy poco tiempo había transcurrido entre su histriónica
fuga y el lastimero episodio del baño, aunque según su propia medida de tiempo podría
haber pasado una eternidad.
– ¡Oye amigo! ¿Cómo
dices que te llamas? – Le gritó a Apuleyo en cuanto lo vio salir del salón aunque
sabía muy bien su nombre.
– Plinio Apuleyo
doctor Linares. Lamento mucho haberle incomodado de esa manera y aún más en su
lanzamiento – puede que las palabras salieran de su boca, pero el gesto de auto
complacencia dibujado en su cara indicaba lo contrario.
– Crees que ganaste
algo con esto ¿verdad? – dijo Linares con amargura mientras un grupo de
personas empezaba a rodearlos.
– No creo nada de
eso en lo absoluto doctor Linares. Sé que usted es una de las grandes mentes de
nuestra generación y admiro mucho su trabajo. Pero una noticia es una noticia,
y si esa noticia es una primera plana, cuanto mejor – remató Plinio bajando un
tanto avergonzado la voz hacia la mitad de su intervención, procurando dar
conclusión discreta al incidente.
– Si noticia es lo
que quieres, una gran noticia, un puta noticia gorda es lo que vas a tener –
dijo Linares enigmático, manifestando esa calma tensa que suele anteceder a las
grandes tragedias.
Sacó una pequeña
navaja suiza de su bolsillo y se degolló veloz ante la mirada impávida de los
presentes. Su pesado cuerpo se desplomó al acto y cuando quienes horrorizados
los rodeaban reaccionaron a socorrerlo, ya era demasiado tarde. La cuchilla atinó
directo en su carótida y una enorme mancha de sangre empapó pronto la guayabera
con estampados de papagayos que vestía.
En efecto, la
noticia se hizo primera plana en los principales medios del mundo: “Muere Duque
Linares en extraño incidente en Barcelona” titularon algunos de los medios más
benignos ante su tragedia. “El padre la Literatura de Autodestrucción por fin
lo hizo. Se autodestruyó” registró algún medio independiente de manera mordaz y
si quiere, más pertinente. En cualquier caso, el mundo no estaba preparado para
las profundas implicaciones que aquel evento tendría.
Como en efecto
dominó, y por fruto de la imitación, los principales autores de obras de
autodestrucción del mundo empezaron a suicidarse. Coelho aprovechó un homenaje que
se le dedicó a su vida y obra para lanzarse de un treintaitresavo piso, Chopra
decidió arrojarse una buena mañana de verano, y sin explicación alguna, a las
vías del tren. Los críticos no sabían si celebrar la brutal honestidad y el
compromiso de los autores con su propia obra o si escandalizarse ante una
oleada de muertes que no tenía precedente en la historia moderna de la
humanidad.
Pronto surgieron
voces que condenaron al género y más teniendo en cuenta que el movimiento “haz
algo por el planeta, extermínate” se había esparcido por el mundo como pólvora,
mucho más allá de los círculos de lectores asiduos. La situación completa se
había salido de madre y se podía hablar de una auténtica “suicidiomanía”
Diversos eventos
ocurrieron, nuevos liderazgos nacieron. Pasaron algunos años y de las buenas
cifras macroeconómicas ya solo quedaba el recuerdo. Achacarle la culpa por
completo al movimiento autodestructivo hubiera sido una total irresponsabilidad,
pero más de uno sospechaba la incidencia que aquella tendencia había tenido en el
desarrollo del curso de los hechos.
Apuleyo se hizo mayor,
introspectivo, cauteloso. De aquella fulgurante promesa del periodismo y la
crítica poco o nada existía ya. Se rumoreaba que la culpa le acompañó, como una
pesada carga, durante toda la vida.
Sin embargo, y a la
usanza de las estrellas más masivas que hacen carrera para convertirse en
supernovas, hacia el final de sus días logró sentar las bases de lo que sería
el nuevo mantra ideológico global. El manifiesto que al mundo más le urgía en
estos difíciles momentos. Unos pocos meses antes de morir, Plinio consiguió hacerse
pionero de lo que ahora en los círculos más selectos se empezaba a conocer como
“Literatura de Autoayuda” y ya un promisorio joven de Andernach asentado en Los
Ángeles tomaba nota y se preparaba para recibir las banderas.